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Misión Santo Ángel Custodio en La Sierra Tarahumara

En lo más profundo de la majestuosa Sierra Tarahumara, donde el paisaje parece detenido en el tiempo y las montañas abrazan al río Batopilas, se encuentra uno de los tesoros coloniales más enigmáticos del norte de México: la Misión Santo Ángel Custodio de Satevó. A menudo apodada “la catedral perdida”, este templo es mucho más que un edificio religioso; es un símbolo del encuentro de dos mundos y del paso del tiempo en silencio.

Esta misión fue establecida en 1699 por los jesuitas, en particular por el misionero Manuel Ordaz, con el objetivo de evangelizar a las comunidades rarámuris (también conocidos como tarahumaras) de la región. Como muchas misiones del norte de México, fue parte del ambicioso proyecto de los jesuitas para llevar la religión, la educación y el modo de vida europeo a los pueblos indígenas.


La construcción del templo actual, una verdadera joya de la arquitectura colonial comenzó alrededor de 1760 y se terminó en 1764, gracias al trabajo conjunto entre los misioneros y los pueblos indígenas locales. Pero la historia de la misión cambió drásticamente cuando, en 1767, los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España por orden del rey Carlos III. A partir de entonces, la misión quedó abandonada, resistiendo como pudo al paso del tiempo, los elementos y el olvido.

A pesar de su aislamiento y de los siglos que han pasado, la estructura de la misión se mantiene en pie. Su diseño es de planta en cruz latina y cuenta con una cúpula central sencilla, pero imponente. Las paredes gruesas y la fachada sobria contrastan con la belleza natural que la rodea, y aunque no está recargada con ornamentación, tiene detalles barrocos que reflejan el arte traído por los misioneros desde Europa.

Lo que más llama la atención no es tanto su grandeza como su presencia serena en medio de la nada, como si estuviera esperando a que el mundo la redescubra.


La misión se encuentra a unos 8 kilómetros del Pueblo Mágico de Batopilas, pero llegar hasta ella no es tarea fácil. El camino serpentea entre montañas y ríos, y puede tardarse más de una hora en recorrerse.

Por muchos años, la misión estuvo completamente olvidada, hasta que en el siglo XX comenzaron algunos esfuerzos de restauración por parte de nuevas órdenes religiosas. Aun así, sigue siendo un sitio poco conocido y muy poco visitado.


Junto al templo también se encuentra un antiguo cementerio, con cruces de madera que narran de forma silenciosa la vida de generaciones pasadas. Es un sitio cargado de historia y espiritualidad, ideal para quienes buscan experiencias auténticas y profundamente conectadas con el pasado.

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